martes, 24 de mayo de 2011

Blanca y Noble (cuento I)



Son siete las colinas que elevan Roma, majestuosas, pero mudas ante los actos perversos del hombre. Ya estoy más que cansado del griterío, de la masa humana que sucumbe bajo el calor día tras día para contemplar piedras derruidas, historia destruida por la propia historia. Encumbramiento del hombre, declive de la sociedad, no existe el futuro, y menos ahora.

- ¡Sargento! ¡Sargento Caffarelli! Los hombre necesitan su permiso para llevarse el cuerpo- Eran las siete de la mañana, el primer espresso del día no había llegado todavía a mi estómago y ya tenía que dar órdenes, ¿por qué elegí esta vida? Apagué el cigarrillo bajo mi pie, ajusté mi cinturón y me dirigí hacia la víctima. Se trataba de una mujer, complexión más bien delgada, edad en torno a los 27 años y en cuanto a su belleza, mejor no hablar de ello, el asesino había desfigurado totalmente su rostro. Por la dirección y la profundidad de los cortes todo apuntaba a que habían sido hechos con unas tijeras, pero sería el forense quien dictaminara eso, no yo. Mi única función era firmar, otra vez.


La colina Capitolina estaba habitada por las tribus de la edad del bronce en el siglo XIV a.C., fue el origen de Roma, su epicentro (o al menos eso decían los libros de historia); hoy ensombrecida por el monumento a Vittorio Emanuele II ha servido como escenario para un asesinato que bien podría haber sido llevado a cabo por aquellas tribus antiguas. El tiempo pasa, el viento se alimenta de la piedra, pero las almas siguen siendo negras, siguen siendo humanas. Lo más triste de todo es que esta mañana Roma seguirá igual, la piedras no muestran piedad por los muertos, pero tampoco lo hacen los vivos.

El viaje de vuelta a la comisaría fue tan lento y tedioso como siempre, coches que aprietan el claxon, coches que frenan, ventanillas que gritan mientras las ruedas se estremecen por el calor del asfalto. El tiempo se detiene y la brea ondula, un disco se torna verde, aprieto el acelerador giro a la derecha, quito el contacto, me siento en mi mesa. Odio mi vida. Pero el trabajo no me deja pensar en ello.

- Sargento Caffarelli su mujer ha llamado hace diez minutos, ha insistido en que la llame lo antes posible, dijo que era importante- Para Adrianna todo era importante, todo menos yo. Los actos reflejos se suceden, levanto el teléfono, marco el número de casa, mi lengua se seca, frunzo el ceño, y ahí está la respuesta - Pronto, ¿quién es? - su voz retumba egoista en mis oidos - Soy yo, Marco - ni siquiera me dejó terminar la frase - Ah perfecto, cuando acabes de trabajar pasa por Campo de’Fiori y busca algunas flores bonitas para poner en la mesa esta noche, tenemos invitados - la odio, esta noche quería ver jugar a la Roma contra la Lazzio, y lo peor de todo es que ella lo sabia - Cariño... esta noche... - ya había colgado, odio mi vida, odio a mi mujer.


La mañana continuó como de costumbre, firmar un papel, sellar otro, llamar, colgar, café, pastillas para la jaqueca, el circulo se cierra y se redibuja. A pesar de todo, la mañana ya ha pasado y puedo dejar mi puesto, al menos por el momento. Ahora comienza la odisea de llegar a Campo de’Fiori. Lo mejor será que coja el metro. No es mi medio de transporte preferido, pero no tengo ganas de luchar contra el viscoso tráfico de la ciudad. El metro está atestado, como no. Cabezas deprimidas, manos que enarbolan asideros sucios de a saber cuantas manos, sudor nacido del sufrimiento, dulce y pegajoso rencor. Una vez en la calle la ola me lleva, los turistas se apelotonan, siguen los paraguas de los guías como mariposas embobadas por una hermosa llama azul, un azul cianótico como el de la piel de la mujer muerta. ¿Por qué pienso en ella ahora? Maldito estrés; engullo otra pastilla y continúo con mi errático avance. Al cabo de un rato ya puedo oler las fragancia de millares de flores. Colores vivos, brillantes, frescos y exuberantes, ¿y ahora qué? Un momento, algo vibra en mi bolsillo. Maldita sea, es un número de la comisaría,tengo que responder.


- Sargento Caffarelli hemos identificado el cuerpo, se trata de Elissa Merescci. Por lo que sabemos, residía en el Trastévere. Los vecinos nos han informado de que vivía sola en un pequeño apartamento alquilado, además muchos de ellos están seguros de que solía ir al culto de la sinagoga del Tempio Maggiore, en Lungotevere Cenci, por lo que creemos que pertenecía a la comunidad ebrea. Entre sus pertenencias únicamente hemos encontrado su documentación, algo de dinero y una pequeña flor blanca, que el servicio del botánico ha identificado como edelweis, creo que me han dicho que sólo crece en unas montañas alemanas o austriacas, bueno, no sé, tendrá el informe sobre su mesa mañana a primera hora.


- Gracias por todo Maurice, nos vemos mañana - Maurice era un joven policía que acababa de ingresar en el cuerpo. No era demasiado despierto, pero tenía buen corazón, con un poco de perseverancia seguramente algún día llegará a ser capitán, quién sabe.


Campo de’Fiori estaba atestado, cómo no. Lo primero sería decidir que tipo de flores compraba, Adrianna era muy meticulosa en cuanto a lo que decoración se refiere, y a mi no me apetecía discutir nada más llegar a casa. Lo mejor sería un color neutro, un blanco o un rosa muy claro, un momento, unas flores blancas serían perfectas con la vajilla negra, si creo que es una buena idea. Lo malo va a ser encontrar flores en buenas condiciones a estas horas. Pregunto al tendero del primer puesto, pero me dice que ya está recogiendo y que sólo tiene lo que queda en los calderos. La historia se repite en 5 puestos más, estoy perdido. Otra pastilla, las sienes palpitan. Al final de la plaza diviso un pequeño puesto alejado de los demás que parece no estar recogiendo. Avanzó a toda velocidad, llegué. El vendedor no parece italiano, es demasiado alto y su piel es rosada. En su saludo percibo una extraña entonación - Ciao, ¿qué desea her caballero? - creo que es alemán - Estoy buscando unas flores para un centro de mesa, y a bien ser, blancas - creo que ha entendido lo que le he dicho, pero no estoy seguro, se lo repito más despacio. Asiente con la cabeza - Lo siento cabalero pero no tengo flores blancas mas, puede estas azules si desea - La forma en que lo ha dicho ha sido hasta graciosa, pero esas flores son bastante feas, no sirven. Recorro todo el puesto con la vista de forma desesperada, algo tiene que haber que sirva (¿qué hago yo aquí comprando flores?), y en ese momento lo veo, sobre la solapa de su chaqueta reposa una pequeña flor blanca de exquisita factura que nunca jamás había visto - Disculpe, ¿qué flor es esa que lleva en la chaqueta?- Edelweis, responde él, lo sabía - ¿Tendría alguna a la venta? - mi mirada estaba clavada en la suya - Estas flores son muy caras y muy especiales, provienen de las elevadas montañas alemanas, sólo crecen allí. Yo mismo las recolecté - Una explosión martillea mis sienes, mi mano se dirige instintivamente hacia la pistola, pero me detengo al menos de momento - ¿quiere decir qué sólo usted las vende aquí? - la pregunta creo que llegó a parecer inocente - Realmente no las vendo, son demasiado valiosas, esta me la dio mi padre cuando volvió de la guerra. Verá usted, cada soldado alemán para demostrar su valía debía subir a las montañas y tomar una delicada flor de edelweis que prendería sobre su solapa en la lucha contra esos suci.. contra los judíos - era él, tenía al asesino - Y ahora si no va a comprar nada, déjeme por favor, tengo flores que cortar - mientras pronunciaba la frase asió unas viejas tijeras rojas de óxido, y comenzó a recortar los tallos de las flores. Un millón de cosas pasaron por mi mente, no podía pensar con claridad, pero entonces reaccioné - Quiero que entregue una blanca flor de edelweis perfectamente cortada a mi esposa, no hable, lo sé todo, ésta es la dirección, no se preocupe por el dinero, aquí tiene mil euros - los había sacado del banco para comprar un televisor nuevo - ¿entendido? Y después no quiero volverlo a ver en Roma - El hombre asintió y comenzó a desmontar el puesto. Yo aproveché para telefonear a mi mujer y decirle que llegaría un poco más tarde, le dio igual, pero no sabía hasta que punto todo iba a dejar de importarle. Mientras hablaba con ella me alejé del Campo de’Fiori hacia la Vía Giulia y allí me tome una cerveza, y después otra, ¿qué había hecho?¿Tan harto estaba de todo? ¡Mierda! Me levanté como un rayo, derribé la mesa a mi paso, los turistas me miraban entre estupefactos y asustados, pero todo daba igual, quizá aún estuviese a tiempo de salvar a mi mujer y de detener a un asesino, ¿en qué estaba pensando? Con la carrera mi cuerpo se estremecía a cada zancada, la sienes retumbaban con el ritmo de una galera en guerra, cada golpe era una sílaba de la palabra asesino que castigaba mi cerebro. Al cabo de una hora conseguí llegar a casa. El ascensor me pareció una opción lenta, subí al cuarto piso ya casi sin respiración, desenfundé mi pistola y abrí la puerta, y allí estaba ella. Me miraba perpleja mientras sonreía - Deja de hacer el tonto, no te vas a librar de la cena - se acercó y me besó en la mejilla, allí estaba, la flor de edelweis, prendida en su pelo- muchísimas gracias cariño, es una flor preciosa, además el repartidor me explicó lo rara y exquisita que esta flor, te quiero - me abrazó con fuerza. Mi cuerpo temblaba, el sudor recorría mi frente, ¿qué diablos soy? Soy un monstruo y solamente yo lo sé, tal vez sea mejor así. Adrianna es feliz, ¿qué le diré cuando me pregunte por el televisor nuevo? Tendré que hacer horas extra. Odio mi vida.


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